Cae la noche última, como caen nuestros cuerpos enlazados, hechos lengua y fuego. Construyendo con caricias gemidos extraviados, alcanzando cumbres conocidas, de tu mano, en mis labios, hasta refugiarme en el sonido de tu pecho, en tu voz de hombre cansado. Evaporándonos cual humo de cigarro, para volver a empezar, llegar a gritos, inundarlo todo, abrazar los besos, darle nombre a sentimientos encontrados. Y rendirnos al sueño dulce de la gloria concedida.
Visto de tu piel, exhalo tu aroma, soy el ser que me ha poseído tantas veces. Huelo a ti y me siento tuya, entregada cual regalo cálido y húmedo. Esta habitación huele a amor, a palabras susurradas, a clímax pronunciado, a escondite delicioso, a nido, a huevo, a corazones que hierven fundiendo los dedos, buscando a tientas rincones marítimos, donde tu cuerpo es mar y el mío arena. La luna hace de nosotros lo que con la marea, unirnos en un baile lleno de voces y manos, envolvernos en la dulce niebla de lo íntimo. Colgarnos en una noche eterna en la que soñamos lo mismo, yo respirando de tu aire, tú bebiendo de mis labios.
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