Te acabo de leer. Si es que es posible leer con los ojos llenos de lágrimas, quizá son necesarias, como un lente de aumento, como para cambiar la realidad. La realidad. No hay nada más irreal que lo que no se puede creer, no hay nada más irreal que lo que te tocó conocer.
Y te sigo llorando, no sé bien porqué, pero estos cristales redondos caen como piedras huecas en el río de tu pesar. Tú también eres azul, como yo. Pero tus tonos se me desvanecen, no te puedo alcanzar. Y eso es lo que más quiero, no te vayas, déjame cogerte las manos y reconocer tu dolor. Déjame secar tus lágrimas en silencio, mientras yo derramo las mías por ti. No quiero que te me escapes, ya te encontré, ya te adopté... ¿te dejarás abrazar?
Me encantaría decir que todo va a estar bien, pero yo no soy dueña de esas verdades, no tienen mi nombre, pero he visto que tienen el tuyo. Lo único que me provoca es crearte un hogar, para que dejes de tener frío. Poner luz y calor, hacer que todo pase, que sonrías más, pero sonrisas ciertas, no quiero sonrisas de papel. Esas no son bonitas.
Te lo pregunté antes y te lo pregunto ahora, si tú hubieras sabido que todo esto iba a pasar, ¿lo hubieras hecho igual? Y yo sigo pensando que sí. Son dichas que nadie te puede quitar.
Ya no estoy llorando, pero esta melancolía que me producen tus ojos, esta sensación de infinito, este sabor a nostalgia, a vulnerabilidad... te tengo que cuidar. Me da.
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